martes, 22 de septiembre de 2015

La biblioteca que no tenía un buen diccionario,

De cómo, debido a una biblioteca que no tenía un buen diccionario,
los sobrevivientes fueron confundidos con mendigos
Pedro Baquero Másmela (Neiva, Huila 1961-)
En las mediocracias se ignora que la dignidad nunca llega de hinojos a los estrados de los que mandan. -José Ingenieros
     Todo comenzó cuando la Jefa de la Oficina Extraordinaria de Emergencias recibió la orden de elaborar un "Plan de ayuda para los sobrevivientes". Preocupada por ejecutar, de la mejor manera, la orden del Rey, pensó en una palabra para identificarlos. En una palabra que, definiéndolos, la ayudara a captar el sentido profundo de sus necesidades. Entonces se acordó que, en el sitio del desastre, a ciento cincuenta kilómetros de distancia—o tal vez más—un reportero, por una "emoción lingüística" -o tal vez menos- los había llamado "damnificados". Pero como la jefa no entendía muy bien el significado de la palabreja y no podía ver lo que pasaba, ni preguntarle al periodista el significado de la palabrota; le pidió a su secretaria, para no cometer errores, que le buscara un buen diccionario, en la biblioteca de la Oficina. Por eso ella dijo, unos días después, 2015 P3 7º Mejoram, cuento Biblioteca (blog).docxque la culpa había sido de la biblioteca. La secretaria subió corriendo las escaleras hacia el segundo piso de la oficina. Sus tacones hacían tas-tas en los peldaños de madera. Cuando ascendió los diecisiete peldaños, la secretaria corrió—¿o no corrió? —hasta los estantes donde estaban distribuidos los mil y un libros de la biblioteca y comenzó a buscar un buen diccionario para su jefa.
     Entretanto, la jefa se acomodó en un sillón mullido y encendió un cigarrillo—¿o no lo encendió? —. Apoyó los
codos sobre el escritorio, descargó la papada sobre la palma de la mano izquierda—¿o fue en la derecha?—y
trató de imaginar, durante largo rato, cómo sería un "damnificado". Quién sabe por qué razón se acordó del libro Alegría de leer IV, del profesor Quintana, que leyó guiada por la maestra Carmen Elisa, cuando era chiquita, allá en la escuela de niñas de San Juan; y recordó el dibujo de un viejito, vestido con harapos que recibía, en su sombrero roto, un pan que un niño le arrojaba desde un balcón. Y dijo, pensativa, un versito: "la limosna no se arroja  / se besa y se da en la mano” —¿O no lo dijo? —. La secretaria no encontraba el diccionario. En cuatro patas, con la cabeza reclinada sobre su hombro derecho, casi metida en el primer estante, leía, título por título, los lomos impresos de los libros; pero, aún, ninguno decía "diccionario". Al cabo de dos horas, cuando el tortícolis comenzaba a amenazarla, leyó el último título de los doscientos seis libros yuxtapuestos a lo largo de los entrepaños más bajos de los tres estantes. Los trabajos y los días—¿o Imago Mundi?—.* La jefa destripó el cadáver del cuarto cigarrillo sobre el cenicero de plata. Un fantasma de humo nació del cenicero. Tenía cara de caimán—¿o de lagarto?—, y se fue subiendo, subiendo hasta que se disipó en el techo. La jefa bajó la cabeza. Tamborileó con los dedos en el vidrio del escritorio. "José famatía le lo ley le lo laila... Cómo será un damnificado", dijo—¿o no dijo?—. La secretaria miró el reloj y comprobó que eran las cinco y dos minutos de la tarde. Un rayito de sol se metió por entre una cortina y la invitó a salir.
     —Mañana le busco el diccionario, jefa—dijo, acomodándose los tirantes del brassiere sobre los hombros. Pero la jefa, que se estaba paseando con la maestra Carmen Elisa, por un caminito de su infancia, no la escuchó, ni tampoco la vio salir, ni escuchó el portazo. La secretaria se encontró con el rayito de sol y se fueron a cine de las seis y cuarto.
      La jefa regresó cansada de tanto caminar por el  recuerdo y cerró la oficina cuando la luna venía encaramándose sobre los rascacielos del centro. El rayito de sol duró encendido hasta la media noche y debió arder mucho porque, al día siguiente, como a las ocho y veinte, la secretaria volvió a la oficina con los labios resquebrajaditos de calor. Pero estaba contenta y se puso a buscar el diccionario. En cuclillas, con las manos apoyadas en el segundo anaquel del primer estante, iba leyendo, título por título, los lomos impresos de los libros; pero, aún, ninguno decía "diccionario". La jefa la encontró muy concentrada y, durante unos minutos, la ayudó a buscarlo. Pero como tenía una rasquiñita en la garganta, se fue para el primer piso, se acomodó en su sillón mullido y encendió un cigarrillo. Apoyó los codos sobre el escritorio, descargó la papada en el portapapadas de su mano izquierda y trató de imaginar, durante largo rato, cómo sería un "damnificado". Cuando terminó de fumarse su remedio se dio cuenta que la única imagen que había concebido su cerebro, era la de un viejito, vestido con harapos, que recibía, en su sombrero roto, un pan que un niño le arrojaba desde un balcón. Y dijo, pensativa, un versito—¿o no lo dijo? —.
     —Lo encontré, lo encontré—se alegró la secretaria, cuando faltaba un cuarto para las doce y bajó corriendo las escaleras hacia el primer piso de la oficina. Sus tacones hacían tas-tas en los peldaños de madera. Pero tiene un error de ortografía. —Agregó y le mostró el garrafal error del editor a la jefa: Dictionary.
     —No es posible—dijo la Jefa—; sin embargo, busquemos.
     La Secretaria buscó la palabreja y le encontró cuatro significados. El primero era Sufferer, el segundo era Injured, el tercero era Prey y el cuarto, Sacrifice. Pero ni la jefa ni la secretaria pudieron entender los significados de los significados—¿o los entendieron? —. Por eso ella dijo, unos días después, que la culpa había sido de la biblioteca. Pero como la jefa estaba muy preocupada por ejecutar de la mejor manera, la orden del Rey, le ordenó a su secretaria que buscara los significados de los significados. La secretaria buscó los significados de los significados y se quedó perpleja:
     Suffered adj. damnificado.                                       Prey v. tr. Rapiñar / Hurtar.
     Injured adj. ofendido / damnificado.              Sacrifice v. tr. Matar / Inmolar.

     Entonces pensó armar el rompecabezas de definiciones: Si "damnificado" quería decir suffered y suffered quería  decir "damnificado', ¿por qué "damnificado" quería decir injured, si injured equivalía a "ofendido"? ¿Sería posible que un "damnificado" fuera un "ofendido"? ¿De dónde salía que prey, equivaliendo a “damnificado", significara "rapiñar" y sacrifice, "matar"? Eso era para locos. Llamó a su jefa y, entre juntas, combinaron de muchas maneras las palabras, sin conseguir elaborar la imagen mental de un "damnificado" “¿Cómo será un damnificado?", pensó la jefa—¿O no pensó?-. Algo debía estar mal en el diccionario. Por eso la jefa le ordenó a su secretaria que buscara otro más moderno. Ella subió corriendo las escaleras hacia el segundo piso de la oficina. Sus tacones hacían tas-tas en los peldaños de madera. Todavía no encontraba el diccionario. Subida sobre un banquito de madera, con el cuello erguido y los pies empinados, leía, título por título, los lomos impresos de los libros yuxtapuestos a lo largo de los anaqueles más altos de los tres estantes. Pero, aún, ninguno decía "diccionario" Al cabo de tres horas, cuando los músculos de las piernas comenzaban a dolerle, leyó el último título de los mil y un libros: How to say it. — ¿o Kamasutra?— Y comprobó que no había otro diccionario. La jefa destripó el cadáver del enésimo cigarrillo sobre el cenicero de plata. Un fantasma de humo nació del cenicero y se fue subiendo, subiendo hasta que se disipó en el techo —¿De qué tendría cara ese fantasma? —. La jefa clavó los ojos en el techo, tamborileó con los dedos sobre el vidrio del escritorio y pensó cómo sería un "damnificado" —¿o no pensó? —. La secretaria miró el reloj comprobó que eran las cinco y tres minutos de la tarde. Una gotita de lluvia que saltó a través de la ventana entreabierta, la invitó a un restaurante.
     —No hay otro diccionario, jefa—dijo y se metió las puntas de la blusa entre la falda de colores vivos.
     Que descanse, jefa—agregó colgándose en el hombro un bolso negro que pesaba trece libras exactas. Sus tacones se fueron haciendo tas-tas por el pasillo.
     "Biblioteca y nada, da lo mismo", dijo la jefa. “¿ Cómo será un damnificado?" pensó y la única imagen que se le cruzó por el cerebro, fue la de un viejito, vestido con harapos, que recibía, en su sombrero roto, un pan que un niño le arrojaba desde un balcón. Y dijo, pensativa, un versito. Al quinto día de pensar y pensar, la jefa recibió una llamada del Rey, preguntándole por el "Plan de ayuda para los sobrevivientes", y ella, muy preocupada, le dijo que en tres horas estaría listo, Su Excelencia. Entonces decidió actuar: durante la primera hora pensó cómo sería un "damnificado". Durante la segunda hora comprobó que la única imagen que había concebido su cerebro, era la de un viejito, vestido con harapos, que recibía, en su sombrero roto, un pan que un niño le arrojaba desde un balcón. Durante la tercera hora le dictó a su secretaria, para que lo mecanografiara en original y tres copias, el siguiente "Plan de ayuda para los sobrevivientes":
Oficina Extraordinaria  de Emergencias Plan de ayuda para los sobrevivientes
Justificación: Teniendo en cuenta que los sobrevivientes son como “damnificados” y que un “damnificado” debe ser como un viejito, vestido de harapos, que tiene el sombrero roto, y pide pan y usa bastón y necesita, por lo tanto, de la ayuda y de la caridad, esta oficina, por orden del Rey, determina el siguiente Plan de ayuda:

1.                Recogerlos en un lugar seco y fresco, para protegerlos de la humedad.
2.                Bañarlos muy bien con agua y jabón, teniendo especial cuidado con la limpieza de las uñas de las
manos, para que no consuman bacterias al comer.
3.                Asignarles los elementos personales de aseo y conminarlos a la práctica diaria del mismo, para
evitar malos olores e infecciones infectocontagiosas.
4.                Regalarles ropa limpia. No importa que esté usada, pero limpia.
5.                Alimentarlos de acuerdo con la siguiente dieta:
Lunes: fríjoles                      Miércoles: garbanzos                         Viernes: lentejas                  Domingo: día libre
Martes: lentejas                         Jueves: fríjoles                                  Sábado: garbanzos
6.     Todo esto acompañado de sendas porciones de arroz y papa, y, como sobremesa, agua de panela con astillas
        de canela o clavos de olor.
7.  Llevarlos a misa todas las mañanas para devolverles la fe perdida.
8.  Hacer bazares, rifas y verbenas, para recolectar fondos para su sostenimiento.
9.  Establecer el día Nacional del Sobreviviente, como un merecido homenaje y, además, para recolectar fondos mediante una
     gran campaña que consistirá en adherir papelitos estampados con el dibujito de un sobreviviente, a los transeúntes de todas las
     comarcas del reino y pedirles plata.
10. Esta campaña se hará con la colaboración de los alumnos y profesores de todos los centros educativos del reino.
     Notifíquese, publíquese y cúmplase.
     Por orden del Rey, la Oficina Extraordinaria de Emergencias.

     Quién sabe por qué motivo a la mayoría de los sobrevivientes- no les gustó el "Plan de ayuda…" (Aunque otros no dijeron nada, porque solamente se dolían de su pasado y vivían sin ganas y fumaban y fumaban como locomotoras de vapor); pero los otros, la mayoría de ellos, se ofendieron tanto, que apedrearon a los socorristas y madrearon al Rey y bloquearon la carretera y mostraron pancartas y le dijeron a un periodista que ellos eran "damnificados", no mendigos. Por eso la jefa dijo, unos días después, que la culpa había sido de la biblioteca. Sin embargo juró que un sobreviviente, en una calle del centro, a ciento cincuenta kilómetros de distancia—o tal vez más—, le había pedido "una limosnita, por amor de Dios". —¿O no juró—.


* Los trabajos y los días, escrito por Hesíodo, poeta de la Antigua Grecia, que se supone vivió en los años 700 a.C.
* Imago Mundi (Imagen del mundo), escrito en 1410, por el teólogo francés Pierre D´Ailly. 

3 comentarios:

  1. Me emociona encontrar en este blog una parte de mi libro Fabulas y verdades, sobre la tragedia de armero

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