De cómo, debido a una biblioteca que no tenía
un buen diccionario,
los sobrevivientes fueron confundidos con
mendigos
Pedro Baquero
Másmela (Neiva, Huila 1961-)
En las mediocracias se ignora que la dignidad nunca llega
de hinojos a los
estrados de los que mandan.
-José Ingenieros
Todo comenzó cuando la Jefa de la Oficina
Extraordinaria de Emergencias recibió la orden de elaborar un "Plan de
ayuda para los sobrevivientes". Preocupada por ejecutar, de la mejor
manera, la orden del Rey, pensó en una palabra para identificarlos. En una palabra que,
definiéndolos, la ayudara a captar el sentido profundo de sus necesidades.
Entonces se acordó que, en el sitio del desastre, a ciento cincuenta kilómetros
de distancia—o tal vez más—un reportero, por una "emoción
lingüística" -o tal vez menos- los había llamado "damnificados". Pero
como la jefa no entendía muy bien el significado de la palabreja y no podía ver lo que pasaba, ni
preguntarle al periodista el significado de la palabrota; le pidió a su secretaria, para no
cometer errores, que le buscara un buen diccionario, en la biblioteca de la
Oficina. Por eso ella dijo, unos días después, 2015
P3 7º Mejoram, cuento Biblioteca (blog).docxque la culpa había sido
de la biblioteca. La secretaria subió corriendo las escaleras hacia el segundo piso
de la oficina. Sus tacones hacían tas-tas en los peldaños de madera. Cuando ascendió los
diecisiete peldaños, la secretaria corrió—¿o no corrió? —hasta los estantes
donde estaban distribuidos los mil y un libros de la biblioteca y comenzó a
buscar un buen diccionario para su jefa.
Entretanto, la jefa se acomodó en un
sillón mullido y encendió un cigarrillo—¿o no lo encendió? —. Apoyó los
codos sobre el escritorio, descargó la papada sobre la palma de la mano izquierda—¿o fue en la derecha?—y
trató de imaginar, durante largo rato, cómo sería un "damnificado". Quién sabe por qué razón se acordó del libro Alegría de leer IV, del profesor Quintana, que leyó guiada por la maestra Carmen Elisa, cuando era chiquita, allá en la escuela de niñas de San Juan; y recordó el dibujo de un viejito, vestido con harapos que recibía, en su sombrero roto, un pan que un niño le arrojaba desde un balcón. Y dijo, pensativa, un versito: "la limosna no se arroja / se besa y se da en la mano” —¿O no lo dijo? —. La secretaria no encontraba el diccionario. En cuatro patas, con la cabeza reclinada sobre su hombro derecho, casi metida en el primer estante, leía, título por título, los lomos impresos de los libros; pero, aún, ninguno decía "diccionario". Al cabo de dos horas, cuando el tortícolis comenzaba a amenazarla, leyó el último título de los doscientos seis libros yuxtapuestos a lo largo de los entrepaños más bajos de los tres estantes. Los trabajos y los días—¿o Imago Mundi?—.* La jefa destripó el cadáver del cuarto cigarrillo sobre el cenicero de plata. Un fantasma de humo nació del cenicero. Tenía cara de caimán—¿o de lagarto?—, y se fue subiendo, subiendo hasta que se disipó en el techo. La jefa bajó la cabeza. Tamborileó con los dedos en el vidrio del escritorio. "José famatía le lo ley le lo laila... Cómo será un damnificado", dijo—¿o no dijo?—. La secretaria miró el reloj y comprobó que eran las cinco y dos minutos de la tarde. Un rayito de sol se metió por entre una cortina y la invitó a salir.
codos sobre el escritorio, descargó la papada sobre la palma de la mano izquierda—¿o fue en la derecha?—y
trató de imaginar, durante largo rato, cómo sería un "damnificado". Quién sabe por qué razón se acordó del libro Alegría de leer IV, del profesor Quintana, que leyó guiada por la maestra Carmen Elisa, cuando era chiquita, allá en la escuela de niñas de San Juan; y recordó el dibujo de un viejito, vestido con harapos que recibía, en su sombrero roto, un pan que un niño le arrojaba desde un balcón. Y dijo, pensativa, un versito: "la limosna no se arroja / se besa y se da en la mano” —¿O no lo dijo? —. La secretaria no encontraba el diccionario. En cuatro patas, con la cabeza reclinada sobre su hombro derecho, casi metida en el primer estante, leía, título por título, los lomos impresos de los libros; pero, aún, ninguno decía "diccionario". Al cabo de dos horas, cuando el tortícolis comenzaba a amenazarla, leyó el último título de los doscientos seis libros yuxtapuestos a lo largo de los entrepaños más bajos de los tres estantes. Los trabajos y los días—¿o Imago Mundi?—.* La jefa destripó el cadáver del cuarto cigarrillo sobre el cenicero de plata. Un fantasma de humo nació del cenicero. Tenía cara de caimán—¿o de lagarto?—, y se fue subiendo, subiendo hasta que se disipó en el techo. La jefa bajó la cabeza. Tamborileó con los dedos en el vidrio del escritorio. "José famatía le lo ley le lo laila... Cómo será un damnificado", dijo—¿o no dijo?—. La secretaria miró el reloj y comprobó que eran las cinco y dos minutos de la tarde. Un rayito de sol se metió por entre una cortina y la invitó a salir.
—Mañana le busco el diccionario, jefa—dijo,
acomodándose los tirantes del brassiere
sobre los hombros. Pero la jefa, que se estaba paseando con la maestra Carmen
Elisa, por un caminito de su infancia, no la escuchó, ni tampoco la vio salir,
ni escuchó el portazo. La secretaria se encontró con el rayito de sol y se fueron a cine de las
seis y cuarto.
La jefa regresó cansada de
tanto caminar por el recuerdo y cerró la
oficina cuando la luna venía encaramándose sobre los rascacielos del centro. El
rayito de sol duró encendido hasta la media noche y debió arder mucho porque,
al día siguiente, como a las ocho y veinte, la secretaria volvió a la oficina
con los labios resquebrajaditos de calor. Pero estaba contenta y se puso a
buscar el diccionario. En
cuclillas, con las manos apoyadas en el segundo anaquel del primer estante, iba leyendo,
título por título, los lomos impresos de los libros; pero, aún, ninguno decía
"diccionario". La jefa la encontró muy concentrada y, durante unos
minutos, la ayudó a buscarlo. Pero como tenía una rasquiñita en la garganta, se
fue para el primer piso, se acomodó en su sillón mullido y encendió un
cigarrillo. Apoyó los codos sobre el escritorio, descargó la papada en el portapapadas de su mano
izquierda y trató de imaginar, durante largo rato, cómo sería un
"damnificado". Cuando terminó de fumarse su remedio se dio cuenta que
la única imagen que había concebido su cerebro, era la de un viejito, vestido
con harapos, que recibía, en su sombrero roto, un pan que un niño le arrojaba
desde un balcón. Y dijo, pensativa, un versito—¿o no lo dijo? —.
—Lo encontré, lo encontré—se alegró la
secretaria, cuando faltaba un cuarto para las doce y bajó corriendo las
escaleras hacia el primer piso de la oficina. Sus tacones hacían tas-tas en los
peldaños de madera. Pero tiene un error de ortografía. —Agregó y le mostró el
garrafal error del editor a la jefa: Dictionary.
—No es posible—dijo la Jefa—; sin embargo,
busquemos.
La Secretaria buscó la palabreja y le encontró
cuatro significados. El primero era Sufferer,
el segundo era Injured, el tercero
era Prey y el cuarto, Sacrifice. Pero ni la jefa ni la
secretaria pudieron entender los significados de los significados—¿o los
entendieron? —. Por eso ella dijo, unos días después, que la culpa había sido
de la biblioteca. Pero como la jefa estaba muy preocupada por ejecutar de la
mejor manera, la orden del Rey, le ordenó a su secretaria que buscara los
significados de los significados. La secretaria buscó los significados de los
significados y se quedó perpleja:
Suffered adj. damnificado. Prey
v. tr. Rapiñar
/ Hurtar.
Injured adj. ofendido /
damnificado. Sacrifice v. tr. Matar / Inmolar.
Entonces pensó armar el rompecabezas de
definiciones: Si "damnificado" quería decir suffered y suffered
quería decir "damnificado', ¿por
qué "damnificado" quería decir injured,
si injured equivalía a
"ofendido"? ¿Sería posible que un "damnificado" fuera un
"ofendido"? ¿De dónde salía que prey,
equivaliendo a “damnificado", significara "rapiñar" y sacrifice, "matar"? Eso era
para locos. Llamó a su jefa y, entre juntas, combinaron de muchas maneras las
palabras, sin conseguir elaborar la imagen mental de un "damnificado"
“¿Cómo será un damnificado?", pensó la jefa—¿O no pensó?-. Algo debía estar mal en el
diccionario. Por eso la jefa le ordenó a su secretaria que buscara otro más
moderno. Ella subió corriendo las escaleras hacia el segundo piso de la
oficina. Sus tacones hacían tas-tas
en los peldaños de madera. Todavía no encontraba el diccionario. Subida sobre
un banquito de madera, con el cuello erguido y los pies empinados, leía, título
por título, los lomos impresos de los libros yuxtapuestos a lo largo de los anaqueles más altos de
los tres estantes. Pero, aún, ninguno decía "diccionario" Al cabo de
tres horas, cuando los músculos de las piernas comenzaban a dolerle, leyó el
último título de los mil y un libros: How
to say it. — ¿o Kamasutra?— Y comprobó que no había otro diccionario. La
jefa destripó el cadáver
del enésimo cigarrillo sobre el cenicero de plata. Un fantasma de
humo nació del cenicero y se fue subiendo, subiendo hasta que se disipó en el techo —¿De
qué tendría cara ese fantasma? —. La jefa clavó los ojos en el techo,
tamborileó con los dedos sobre el vidrio del escritorio y pensó cómo sería un
"damnificado" —¿o
no pensó? —. La secretaria miró el reloj comprobó que eran las cinco y
tres minutos de la tarde. Una gotita de lluvia que saltó a través de la ventana
entreabierta, la invitó a un restaurante.
—No hay otro diccionario, jefa—dijo y se
metió las puntas de la blusa entre la falda de colores vivos.
Que descanse, jefa—agregó colgándose en el
hombro un bolso negro que pesaba trece libras exactas. Sus tacones se fueron
haciendo tas-tas
por el pasillo.
"Biblioteca y nada, da lo mismo",
dijo la jefa. “¿ Cómo será un damnificado?" pensó y la única imagen que se
le cruzó por el cerebro, fue la de un viejito, vestido con harapos, que
recibía, en su sombrero roto, un pan que un niño le arrojaba desde un balcón. Y
dijo, pensativa, un versito. Al quinto día de pensar y pensar, la jefa recibió
una llamada del Rey, preguntándole por el "Plan de ayuda para los
sobrevivientes", y ella, muy preocupada, le dijo que en tres horas estaría
listo, Su Excelencia. Entonces decidió actuar: durante la primera hora pensó
cómo sería un "damnificado". Durante la segunda hora comprobó que la única
imagen que había concebido su cerebro, era la de un viejito, vestido con
harapos, que recibía, en su sombrero roto, un pan que un niño le arrojaba desde
un balcón. Durante la tercera hora le dictó a su secretaria, para que lo
mecanografiara en original y tres copias, el siguiente "Plan de ayuda para
los sobrevivientes":
Oficina Extraordinaria de Emergencias Plan de ayuda para los
sobrevivientes
Justificación: Teniendo en
cuenta que los sobrevivientes son como “damnificados” y que un “damnificado”
debe ser como un viejito, vestido de harapos, que tiene el sombrero roto, y
pide pan y usa bastón y necesita, por lo tanto, de la ayuda y de la caridad,
esta oficina, por orden del Rey, determina el siguiente Plan de ayuda:
1.
Recogerlos en un lugar seco y fresco, para protegerlos de
la humedad.
2.
Bañarlos muy bien con agua y jabón, teniendo especial
cuidado con la limpieza de las uñas de las
manos, para
que no consuman bacterias al comer.
3.
Asignarles los elementos personales de aseo y conminarlos a la práctica
diaria del mismo,
para
evitar malos
olores e infecciones infectocontagiosas.
4.
Regalarles ropa limpia. No importa que esté usada, pero
limpia.
5.
Alimentarlos de acuerdo con la siguiente dieta:
Lunes: fríjoles Miércoles: garbanzos Viernes: lentejas Domingo: día libre
Martes:
lentejas Jueves:
fríjoles Sábado: garbanzos
6. Todo
esto acompañado de sendas porciones de arroz y papa, y, como sobremesa, agua de
panela con astillas
de canela o clavos de olor.
7. Llevarlos a misa todas las mañanas para
devolverles la fe perdida.
8. Hacer bazares, rifas y verbenas, para
recolectar fondos para su sostenimiento.
9. Establecer el día Nacional del Sobreviviente,
como un merecido homenaje y, además, para recolectar fondos mediante una
gran
campaña que consistirá en adherir papelitos estampados con el dibujito de un
sobreviviente, a los transeúntes de todas las
comarcas del reino y pedirles plata.
10. Esta campaña se
hará con la colaboración de los alumnos y profesores de todos los centros
educativos del reino.
Notifíquese, publíquese y cúmplase.
Por orden del Rey, la Oficina
Extraordinaria de Emergencias.
Quién sabe por qué motivo a la mayoría de
los sobrevivientes- no les gustó el "Plan de ayuda…" (Aunque otros no
dijeron nada, porque solamente se dolían de su pasado y vivían sin ganas y
fumaban y fumaban como locomotoras de vapor); pero los otros, la mayoría de
ellos, se ofendieron tanto, que apedrearon a los socorristas y madrearon al Rey y
bloquearon la carretera y mostraron pancartas y le dijeron a un periodista que
ellos eran "damnificados", no mendigos. Por eso la jefa dijo, unos
días después, que la culpa había sido de la biblioteca. Sin embargo juró que un
sobreviviente, en una calle del centro, a ciento cincuenta kilómetros de
distancia—o tal vez más—, le había pedido "una limosnita, por amor de
Dios". —¿O no juró—.
*
Los trabajos y los días, escrito por Hesíodo, poeta de la Antigua
Grecia, que se supone vivió en los años 700 a.C.
*
Imago Mundi
(Imagen del mundo), escrito en 1410, por el teólogo francés Pierre D´Ailly.
Me emociona encontrar en este blog una parte de mi libro Fabulas y verdades, sobre la tragedia de armero
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